Vaya tela… «Los que se mueven no salen en la foto», y en Elche esta máxima parece ley. Alejandro Soler ha sido reelegido por unanimidad como secretario general del PSOE local con una candidatura única, arropado por su núcleo más fiel. Pero ¿qué significa esa unanimidad cuando no hay espacio para voces críticas ni disidentes?
Hoy, quienes se atreven a cuestionar las decisiones internas ni siquiera acuden. Lo hacen para evitar ser señalados, aislados o silenciados. En lugar de fomentar el pluralismo y la participación, la agrupación socialista ilicitana se ha convertido en un espacio cerrado, gestionado por una alianza de conveniencia entre viejas familias del partido. El caso más claro es la confluencia entre el propio Soler y el sector que en su día lo denunció: ahora, juntos, han cerrado toda posibilidad de alternativa.
No solo se ha cerrado el debate: también se ha evaporado la militancia. De los más de 1.500 afiliados que llegó a tener el PSOE de Elche, hoy queda apenas la mitad, controlada por una ejecutiva que impone pensamiento único. Aunque se ha anunciado una renovación del 25% en la nueva ejecutiva, esta no ha implicado una apertura real ni la incorporación de corrientes críticas. La estructura sigue respondiendo al mismo esquema cerrado.
La última asamblea es el símbolo más claro de esta deriva: aunque Soler hizo una declaración pública sobre el caso Koldo rechazando la corrupción, no se abordó en profundidad la gestión de la comisión que él mismo presidió en el Congreso, la cual fue cerrada sin convocar a los principales implicados. Mientras en el Senado siguen compareciendo los protagonistas del escándalo, en el Congreso se clausuró la investigación sin respuestas. Ni una explicación clara a la militancia. Silencio.
Tampoco se ha mencionado en la asamblea la influencia que ha tenido la estrecha relación de Soler con José Luis Ábalos y Santos Cerdán, los dos últimos Secretarios de Organización del PSOE. Este vínculo ha sido clave para su fulgurante ascenso interno, arrasando en procesos orgánicos gracias al alineamiento con la lógica de «el que gana, lo controla todo». Las agrupaciones locales ya no deliberan: funcionan al son del ganador del momento, anulando el debate real y blindando estructuras de poder. El caso de Elche es extremo: una unanimidad del 100% en una situación crítica para el partido, sin una sola voz crítica ni disidencia visible.
Todo ello contrasta con el destino de referentes históricas del PSOE que sí alzaron la voz: mujeres como Adriana Lastra, Carmen Calvo, Maritcha Ruiz Mateos o Meritxell Batet, que representaban una corriente progresista honesta y comprometida, fueron apartadas o forzadas a dejar sus cargos por enfrentarse a la red de poder tejida por Ábalos y Santos. Hoy, quienes se atreven a denunciar lo que pasa, desaparecen del escenario.
Esta falta de rendición de cuentas no es un detalle menor. Es el cálamo donde germina la corrupción. Cuando el debate se clausura, la transparencia se disuelve y la participación se limita a los incondicionales, el riesgo de que los partidos se conviertan en estructuras de poder al margen de la sociedad se vuelve inevitable.
El PSOE de Elche, que fue referente de mayorías progresistas durante décadas, hoy representa un modelo agotado. Un partido cerrado sobre sí mismo, desconectado de la ciudadanía, sin capacidad de renovación ni voluntad de cambio.
Y luego se preguntan por qué el electorado se aleja.