Gaza, Ucrania, Nepal: pueblos bajo asedio

El nuevo autoritarismo global: guerra, control y silencio
Cuando los gobiernos declaran leyes marciales, suspenden elecciones o reprimen a su propio pueblo, ya no están defendiendo a la nación: están sometiéndola.
Hoy, la Franja de Gaza representa el escenario más atroz de esa lógica. Israel ha convertido la lucha contra Hamás —un grupo autoritario que también oprime a su propia población— en la excusa perfecta para ejecutar un plan preconcebido de destrucción, ocupación y expulsión total. Casas, hospitales, escuelas, niños: nada se salva. Ya no se trata de una guerra, sino de una barbarie justificada y retransmitida al mundo.
Según diversas fuentes, incluso Israel habría promovido en sus inicios a Hamás para debilitar a la OLP y desactivar una solución política negociada basada en los Acuerdos de Oslo. Hoy, esa estrategia le sirve para justificar una operación de limpieza territorial y expulsión sistemática del pueblo palestino, que no cesa ni ante el clamor internacional.
¿Tiene sentido, a estas alturas, que Hamás —sin apenas fuerza militar real— siga manteniendo como rehenes a civiles israelíes procedentes del salvaje ataque indiscriminado y los asesinatos de inocentes en suelo israelí? Con ello, alimenta las venganzas criminales y despiadadas del actual gobierno ultra de Israel, sirviéndole de coartada perfecta para arrasar Gaza sin límites.
Y mientras tanto, las grandes potencias callan, normalizando lo inaceptable. Israel sigue participando en eventos internacionales como si no estuviera exterminando a un pueblo.
En Ucrania, la invasión rusa ha servido también para imponer una ley marcial prolongada, en la que se cancelan elecciones, se ilegalizan partidos y se reprime toda crítica. ¿Dónde queda la democracia cuando el disenso es silenciado incluso bajo la bandera de la patria?
Frente a tanta oscuridad, apenas una nota de dignidad: en países como Nepal, la juventud resiste sin armas, con cultura y desobediencia cívica, frente a gobiernos que reprimen incluso en tiempos de paz.
La libertad no puede defenderse a costa del pueblo. Y ninguna causa justifica la destrucción sistemática de la vidaCuando los gobiernos declaran leyes marciales, suspenden elecciones o reprimen a su propio pueblo, ya no están defendiendo a la nación: están sometiéndola.
Hoy, la Franja de Gaza representa el escenario más atroz de esa lógica. Israel ha convertido su guerra contra Hamas —un grupo autoritario que también oprime a su población y que, según diversas fuentes, fue en parte promovido por el propio Israel para debilitar a la OLP— en la excusa perfecta para ejecutar un plan preconcebido de destrucción, exterminio y expulsión total del pueblo palestino.
Mientras tanto, las grandes potencias callan, normalizando lo inaceptable. Israel sigue participando en eventos internacionales como si no estuviera cometiendo crímenes de guerra a plena luz del día.
En Ucrania, la invasión rusa ha derivado en una ley marcial prolongada, sin elecciones, con partidos prohibidos, reclutamiento forzoso y represión de la crítica. ¿Dónde están las vías diplomáticas? ¿Qué papel han jugado la UE o la ONU si ni siquiera han propiciado un intento real de mediación entre las partes?
Hamas, la ley marcial y la coartada perfecta de Israel
Lo que vive Palestina no es solo una ocupación militar: es una estrategia planificada de aniquilación territorial y social. Israel parece haber encontrado la coartada perfecta en Hamas para justificar la destrucción total de Gaza y la expulsión definitiva de sus habitantes.
La brutalidad de Hamas es real y condenable: impone un régimen autoritario, reprime a su propia población, vulnera los derechos humanos básicos, y ha llegado incluso a convertir a los rehenes en piezas de negociación sin respeto por su dignidad. Pero esa misma brutalidad es utilizada por Israel como justificación para aplicar un castigo colectivo inhumano que no distingue entre milicianos y niños, entre civiles y combatientes.
Resulta legítimo preguntarse si Israel, directa o indirectamente, facilitó en su día el ascenso de Hamas, debilitando a otros movimientos como la OLP. Hoy, esa jugada le sirve para eliminar la solución de los dos Estados y seguir avanzando hacia el objetivo histórico de ocupar toda Palestina, cueste lo que cueste.
Y lo más indignante es el silencio cómplice de las grandes potencias. Ningún boicot, ninguna sanción, ni siquiera una suspensión de su participación en eventos internacionales como la Vuelta a España o Eurovisión. ¿Dónde queda el compromiso con los derechos humanos?
No hay excusa posible: la barbarie de Hamas no justifica la masacre sistemática que Israel está perpetrando con total impunidad.
UCRANIA: DEMOCRACIA BAJO LEY MARCIAL
En Ucrania, la invasión criminal de Rusia ha desencadenado una resistencia nacional que ha sido valorada por muchos como heroica. Sin embargo, esa misma resistencia ha venido acompañada de una suspensión prolongada de las libertades fundamentales.
Desde el inicio del conflicto, el gobierno de Volodímir Zelenski ha instaurado un régimen de ley marcial sin plazos claros, bajo el cual se han suspendido elecciones, se han prohibido partidos políticos opositores, se ha limitado la libertad de prensa y se ha impulsado un reclutamiento forzoso que muchos jóvenes ucranianos rechazan abiertamente.
La pregunta es clara: ¿puede una democracia sobrevivir si cancela la participación política y prohíbe la crítica? ¿Dónde están los intentos diplomáticos para frenar el conflicto? La ONU y la UE no han logrado ni siquiera abrir una vía seria de negociación. ¿Debemos aceptar que la única salida sea el sacrificio perpetuo de un pueblo que no puede opinar sobre su destino?
El apoyo internacional a Ucrania no debería ir acompañado de un cheque en blanco. Porque una democracia que calla a su pueblo en nombre de su defensa también pone en riesgo los valores que dice representar.
NEPAL: LA REBELIÓN PACÍFICA DE LA JUVENTUD
Lejos de las guerras y los focos mediáticos, Nepal vive una represión silenciosa, más discreta pero igualmente preocupante. Aunque formalmente es una república parlamentaria, la herencia de décadas de monarquía absoluta y conflicto armado sigue muy presente.
Las fuerzas de seguridad, las leyes de excepción y los mecanismos de control social siguen intactos. Y en ese contexto, la juventud nepalí ha emergido como una fuerza de resistencia cultural y cívica, que denuncia la corrupción, la censura, la desigualdad y la represión política.
Las protestas estudiantiles, las huelgas de hambre y las campañas de desobediencia pacífica han sido reprimidas con detenciones arbitrarias, violencia policial y criminalización mediática. Y todo ello, sin una guerra como excusa, sino simplemente para mantener un sistema que teme al pensamiento libre y organizado.
Nepal demuestra que no hace falta un conflicto bélico para justificar la represión: basta con tener un poder que no acepta la disidencia. Pero también muestra que hay esperanza: la juventud que resiste sin armas, con ideas, con cultura, con dignidad.
UNA CONCLUSIÓN QUE INTERPELA A TODOS
Gaza, Ucrania y Nepal representan tres formas distintas de una misma tragedia: cuando el poder se ejerce contra el pueblo, no hay defensa, hay dominación. Ya sea en nombre de Dios, de la patria o de la estabilidad, los derechos humanos no pueden ser suspendidos sin consecuencias.
Callar ante estas realidades es aceptar que la violencia contra los pueblos es legítima cuando conviene a los poderosos. Y eso, en sí mismo, es una forma de complicidad.
La libertad no puede imponerse sin libertad. Y los derechos humanos no se suspenden: se defienden, en guerra y en paz.
